A esta altura, es muy probable que los padres se estén preguntando: "¿Por qué nos habremos metido en este baile?"¡Su bebé no es ya ese angelito dependiente cuyas necesidades, centradas en torno de las funciones corporales, era relativamente simple satisfacer!
Ahora tienen junto a ellos una pequeña vorágine que se trepa a cualquier pieza del mobiliario que halla a su alcance... Ha desarrollado un sentido más fuerte de su propia individualidad e independencia y parece muy propenso a involucrar a sus padres en una lucha de poderes en la que él adopta una conducta desafiante. Insiste rotundamente en que puede manejar el mundo por sí mismo, aunque sabemos bien que requiere la constante supervisión y confortamiento de los padres. Esto puede resultar agotador.
Por otro lado, es magnífico ver de qué manera esta diminuta esponja absorbe rápida y alegremente toda la información que se le proporciona. Los padres tienen la oportunidad de ver el mundo a través de sus ojos creativos e inquisitivos, y tal vez se percaten por primera vez de que han creado un individuo singular y maravilloso.
Recuerden que cuando su pequeño deambulador tira al suelo el preciado jarrón de la dinastía Ming que ustedes tanto valoran, no es que quiera ser "malo": simplemente le interesa ver qué efectos puede producir. Su sentido del bien y del mal no está tan desarrollado como para que comprenda razones. Entonces, la mejor "disciplina" es remover la fuente del conflicto y al mismo tiempo transmitirle el mensaje verbal apropiado, pasando de inmediato a dirigir su atención a algún otro asunto. Lo mejor será alejar en lo posible del alcance de sus minúsculos dedos todas las tentaciones que le están vedadas.
Los deambuladores parecerían tener un lapso de atención brevísimo o nulo, así que esta secuencia tal vez deba reiterarse varias veces por día. A la postre el niño aprenderá lo que le está permitido y lo que no. Quizá a los padres les parezca más fácil imponer una disciplina "teórica", lanzando amenazas poco convincentes desde una posición cómoda, pero este método es mucho menos eficaz y puede volverse contra ellos en el futuro.
Dado que las exploraciones del niño lo llevan a reunir una buena colección de golpes y rasguños, y dado que siente algo de temor ante esta nueva sensación de independencia o individualidad, puede ocurrir que muestre ante ciertos objetos más temores y ansiedades que en el pasado. Quiere desesperadamente aprender mucho sobre el mundo que lo rodea, pero aún necesita tirar del cordón umbilical para acercarse a su madre cuando las cosas se ponen demasiado difíciles para él.
La madre es la fuente de su estabilidad, seguridad y confiabilidad, y el niño precisará de tanto en tanto "verificar" que ella está a fin de recargar sus baterías emocionales.
Esta dicotomía afectiva puede plantear muchas demandas tanto a los padres como al niño, pero es una parte necesaria del desarrollo; y si es posible tener siempre presente que el niño se está convirtiendo en un maravilloso individuo en crecimiento, esta edad puede resultar apasionante.
Los rituales son muy importantes para el deambulador. Representan una transacción entre su necesidad de autonomía y su deseo de seguridad. También para los padres constituyen una transacción.
Por ejemplo, si tienen dificultades para lograr que el niño se vaya a la cama después de cenar, un ritual destinado a resolver esa situación puede permitirle al papá o la mamá lograr lo que se proponía al par que al niño le hace sentir que posee cierto dominio de la situación, porque obligará a aquellos a seguir estrictamente los pasos que componen el ritual.
Por eso es que en este período no es raro que la mamá y el niño, por ejemplo, sigan minuciosos rituales para comer, bañarse, dormir la siesta, irse por la noche a la cama, etc. No es menester que estos rituales sean muy largos: para ir a dormir puede bastar con que se le cante al niño una breve canción o se le cuente un cuento que le gusta. Cualquiera sea la circunstancia, el niño tiene que ser el principal director de los pasos que componen el ritual.
Por lo común, la época de los berrinches se inicia cuando el niño tiene alrededor de un año y termina cuando tiene alrededor de tres. Los berrinches siempre parecen tener lugar cuando tanto la madre como el niño están agotados, al final de la jornada, y se intensifican a medida que al niño lo atemorizan más y más sus propias emociones, los gritos que él mismo produce, etc.
Todo tiene como origen la frustración. El se ha forjado un nuevo sentimiento de independencia, ¡y de pronto se le niega un caramelo o esa magnífica pieza de cristal labrado! Su deseo no es correspondido, y no cuenta con muchas formas para manifestar su infortunio más allá de un estallido emocional primitivo. Amén de eso, como su sentido del tiempo no se ha desarrollado aún plenamente, para él "no" significa "nunca".
Una vez que la mamá o el papá le han dicho que "no" es importante que no cedan a sus demandas, pues de lo contrario empezará a creer que sus berrinches constituyen un buen medio para alcanzar lo que busca. Hay que evitar regañarlo, gritarle, sobornarlo, razonar con él, suplicarle o discutirle: todo esto no hace sino echar más leña al fuego. Lo mejor será tomarlo en los brazos, acunarlo un poco y tranquilizarlo cantándole una canción o diciéndole algunas palabras cariñosas.
Si el niño se vuelve ingobernable y continúa haciendo estragos, habrá que asegurarse de que no se lastime contra los muebles u otros objetos, y luego poner distancia y ocuparse de lo que uno tenga que hacer hasta que los aullidos se conviertan en pequeños quejidos lastimeros.
Para que no sienta que se lo deja plantado, se le explicará que ya no se lo puede seguir acunando porque eso resulta muy difícil. Cuando el berrinche haya desaparecido, se le dará un cálido abrazo y unas palabras reconfortantes, ¡y todo el mundo habrá sobrevivido incólume al histriónico espectáculo!: el niño, satisfaciendo su necesidad de expresarse; la madre o el padre, conservando la cordura.
Cuando ya sea capaz de comprenderlo se le hará saber que su comportamiento es inaceptable, pero normal para un niño de su edad, y que cuando sea más grande no volverá a tener berrinches.
De pronto, la madre asistirá consternada a la súbita aparición de su hijo desnudo frente a las visitas reunidas en la sala... Es que en estos meses, en sus exploraciones y descubrimientos, el niño ha aprendido a desvestirse.
Esto ocurrirá varios meses antes de que aprenda a vestirse, porque las finas habilidades motoras necesarias para abotonarse o cerrarse un cierre relámpago (zípper) aún no están del todo desarrolladas. Puede aprovecharse la oportunidad que ofrece su curiosidad canalizándola hacia el aprendizaje de formas en las que él podría cooperar con sus padres; se comprobará que al poco tiempo está alzando los brazos para que se le ponga un pulóver (jersey) y extendiendo la pierna para que le coloquen el zapato.
Si cuesta mucho lograr que permanezca vestido, lo apropiado es comprarle ropa que le resulte más difícil sacarse, como remeras que se colocan por el cuello o batas y piyamas (pijamas) que se abotonan en la espalda.
Al año y medio el niño conoce a lo sumo diez o quince palabras, y en algunos casos la adquisición del lenguaje es todavía más lenta. Esto no debe alarmarnos, porque sin duda alguna pronto compensará esa demora.
Tal vez en este momento está ocupado en otro aspecto de su desarrollo, como sus habilidades motoras gruesas, etc. Si manifiesta su deseo de tener algún objeto o comida, no hay que anticiparse diciéndole de inmediato su nombre. Más bien se lo alentará a que lo diga él mismo. Si lo pronuncia mal o no lo hace en absoluto, el padre o la madre se lo repetirán correctamente una o dos veces, y luego lo dejarán librado a sí mismo para que capte la idea por su cuenta.
También ayuda hablarle con oraciones breves y simples, y con un uso correcto de los pronombres. Cuando van de paseo por el vecindario u hojean libros o revistas, se le nombrarán tantos objetos simples como se pueda estimulándolo a que repita el nombre en cada ocasión.
Antes de que pase mucho tiempo, ¡los padres estarán desesperados por encontrar la manera de acallar a ese motorcito parlanchín!
Por desgracia para los padres, muchos niños suprimen una de sus siestas a esta edad, habitualmente la de la mañana. Lo que algunos necesitan en realidad es una siesta y media. Sólo hacia el final de este período se las arreglan con una única siesta diaria. Asimismo, se comprobará que duermen menos de noche, en promedio unas diez a doce horas.
No obstante, si se establece un ritual que establezca que ha llegado la hora de la siesta o del sueño nocturno, será algo más fácil pasar por este momento. En caso de que en ciertos días el niño no parezca dormir mucho, puede deberse a la enorme estimulación derivada de sus exploraciones del mundo: le resulta difícil aplacarse después de tanta excitación.
También puede suceder que tenga cierta angustia de separación, y no le sea sencillo abandonar la presencia de la madre para iniciar una excursión al País de los Sueños. Sea como fuere, lo cierto es que el hecho de dormir un poco menos que antes no habrá de detener su desarrollo. Si es necesario, la naturaleza se tomará el desquite más adelante.
En su primer año de vida el niño aumentó probablemente alrededor de ocho kilos, mientras que en este segundo año apenas aumentará alrededor de dos kilos y medio. Cabe presumir, pues, que habrá una reducción significativa de su apetito.
No hay que inquietarse sino confiar en que el cuerpo del niño sabrá perfectamente cuánta comida precisa. La madre no tiene que sentirse impulsada a alimentarlo por la fuerza, pues de lo contrario terminará tal vez con un hijo o hija obesos y con probables dificultades para conservar su salud en el futuro.
La mayoría de los deambuladores reciben en nuestra cultura dos comidas importantes por día (almuerzo y cena), un desayuno cuya magnitud y características varían según los países, y una merienda sencilla por la tarde (v. gr., un vaso de leche con galletitas). Evítense las golosinas, que son decididamente un componente innecesario y poco saludable de la dieta del niño. Cada comida importante debería incluir un plato que lo deje saciado, como espaguetis, macarrones u otras pastas, cereales, sándwiches (emparedados) de Mantecol (mantequilla de maní) cortados en trozos pequeños, etc., así como un plato de hortalizas y verduras, alguna fruta y un vaso de leche. Una vez por día deberá comer carne o algún otro alimento de alto valor proteico.
En otros términos, se procurará incluir en el régimen de comidas diario componentes de los cuatro grupos principales de alimentos (leche y sus derivados, carne, frutas y verduras, y féculas [almidones]).
Deben seguirse evitando los alimentos que normalmente provocan accidentes por asfixia, como los maníes, el pochoclo (palomitas de maíz), las frutas con carozo o cáscara gruesa, los alimentos muy condimentados en general, grandes trozos de carne, panchos (perritos calientes, hot dogs) enteros o choclos (mazorcas de maíz) y otras comidas en que el grano del maíz aparece entero.
Algunos ejemplos de las comidas predilectas del niño a esta edad son: salchichas de Viena cortadas, gelatinas con sabor a frutas, bananas, naranjas en tajadas, cubitos de sopa de pollo, pastas, pan, galletas, puré de papas (patatas) o de ciertas hortalizas (zanahoria, zapallo [calabaza]), huevos revueltos, carne fría cortada, manzanas asadas, argollas de cereal, etc. Cuantas más comidas se le sirvan que el niño pueda tomar con sus dedos, más aumentará su independencia a la hora de comer.
En este período debe seguir alentándoselo a que use la cuchara y la taza. Tal vez él insista en hacerlo pero aun así provoque un revoltijo por su falta de habilidad, sobre todo en los primeros meses. Es probable que disfrute de jugar y experimentar con la comida, así que si quiere usar sus dedos no hay que vedárselo. El principal objetivo es que las comidas no sólo sean nutritivas sino además una experiencia placentera.