En el 12o. mes habrá que hacer con el bebé una visita al pediatra en la que se le harán las mediciones habituales, un examen clínico, pruebas de visión y audición groseras, una evaluación de su conducta y desarrollo y un test de tuberculina para detectar tuberculosis. No será preciso realizar vacunaciones.
Tal vez la mamá haya oído decir a otras mamás en la plaza o en la guardería que le quitó los pañales a su nene cuando tenía un año, etc.. Todo es posible, pero lo más seguro es que si eso sucedió, el hecho haya estado acompañado de frustración y exasperación tanto por parte del niño como de sus padres.
Lo mejor es iniciar la enseñanza del control de esfínteres cuando el niño tiene no menos de dos años, y sólo si entiende bien a esa edad el lenguaje utilizado para ir al baño y muestra otros signos de que está preparado para ello, tal como se describe en otras secciones más adelante.
La mayoría de los especialistas concuerdan en que si se limita en grado significativo la ingesta de grasas y de colesterol del niño, en especial cuando aún no cumplió los dos años, puede privárselo de los nutrientes indispensables para que tenga un sistema nervioso sano; no obstante, eso no implica que en cualquier momento pueda comenzar a inculcársele buenos hábitos alimenticios.
Nunca será lo bastante temprano para reducir la gran cantidad de sal, manteca, quesos muy grasos, frituras, golosinas y comidas "chatarra" a que se acostumbran los niños de hoy, pero no deben restringirse las grasas en la misma medida en que se lo haría en el caso de un adulto con alto colesterol. La regla de oro tiene que ser siempre la misma: "¡Moderación en todo!"
Quizá por esta época se comience a advertir que ciertas cosas que antes lo dejaban al niño indiferente, ahora lo aterrorizan, como el ruido que hace al correr el agua del inodoro (wáter) o el zumbido de la máquina aspiradora. Esto es totalmente normal. Tal vez sea consecuencia de que el niño conoce mejor el mundo que lo rodea y ya amasó una colección de heridas de guerra a raíz de sus tropezones, caídas y otros accidentes menores.
Lo mejor es tranquilizarlo, decirle que uno se da cuenta de que siente temor y darle tiempo para que lo supere. Es bueno que se aproxime y toque el objeto "amenazador" en un momento en que éste ha dejado de hacer ruido o ha perdido ese carácter. Nunca hay que burlarse de él ni obligarlo por la fuerza a que se enfrente con el origen de su temor.
El gateo es probablemente uno de los hitos del desarrollo menos predecibles. Algunos bebés comienzan a gatear ya a los seis meses, pero la mayoría no se convierten en gateadores consumados hasta los diez o doce meses.
Algunos empiezan arrastrándose o deslizándose hacia atrás o hacia los costados, sobre sus manos y pies, sobre el trasero o incluso sobre una de las rodillas. Los hay que saltean por completo esta etapa y se lanzan a caminar directamente. No debe utilizarse el gateo como medida del desarrollo general del bebé. ¡Muy pronto se buscará a toda costa la forma de lograr que avance más despacio!
Cuando el bebé comience a caminar, el cómputo de sus golpes y machucones se irá a las nubes... como es típico en toda actividad que se aprende por ensayo y error.
La respuesta del adulto ante sus caídas coloreará de modo significativo la reacción del bebé y aun la manera en que evalúe la situación, por lo cual se debe conservar la calma y el equilibrio, en lugar de horrorizarse y entrar en pánico. Simplemente se notará la caída y se le preguntará si está bien. En caso de que parezca haber salido ileso, se le ratificará esto y luego se lo ayudará a que prosiga con su plan de acción.
Aunque la mayor parte de los bebés no comienzan a caminar en serio hasta después del primer año, bastará con que hayan intentado sus primeros pasos para que se piense en comprarles algún par de zapatos. La mayoría de los pediatras opinan que los caminadores noveles deben permanecer descalzos lo más posible, porque esto contribuye al mejor desarrollo de los músculos del pie y el tobillo.
Si la situación determina que es importante proteger el pie (p. ej., si el niño va a caminar fuera de la casa), hay que elegirle zapatos de suela bien flexible, chatos y bajos. En otras palabras, los que hagan que andar con ellos sea lo más parecido posible a andar descalzo.
Para consternación de los padres, a esta edad el niño comienza a incurrir en conductas agresivas, golpeando y mordiendo. Si lo hace, es importante reaccionar con firmeza pero con calma y de manera coherente. Nunca hay que pegarle o darle una bofetada a modo de represalia; con esto sólo se le muestra que la conducta agresiva es apropiada.
Tampoco hay que reaccionar en forma exagerada, pues entonces él considerará que su conducta agresiva es una manera excelente de atraer la atención. Lo primero será apartarlo de la situación y explicarle que golpear (o morder) a otros no es un comportamiento aceptable porque los lastima o hiere; luego, se lo distraerá con otra actividad. Lo esencial es disciplinarlo de modo firme y coherente, y no en forma brusca y esporádica.
Si a esta edad el bebé siguiera creciendo al mismo ritmo que en los doce meses que ha dejado atrás, ¡ganaría el premio al niño más rechoncho del año! Por lo tanto, es probable que hacia el final de este período se advierta una pérdida del apetito; esto es normal y no hay por qué alarmarse.
Además, puede haber otros factores que influyan en su apetito. Quizás esté tan ocupado en explorar el medio que lo rodea que en ciertos períodos no le interese comer; o tal vez sienta deseos de ejercer su voluntad y su nueva independencia en relación con las comidas, y por consiguiente quiera determinar él mismo qué, cuándo y cómo comerá.
Las reacciones naturales del organismo humano son más sabias que nosotros: si el bebé se pierde una comida o dos, podemos estar seguros de que más tarde se desquitará.
La mayoría de los bebés no exhiben una marcada y constante preferencia por el uso de una de sus manos (derecha o izquierda) hasta que cumplen un año. Sólo se puede tener la certeza de que son diestros o zurdos si esta predilección se torna más permanente, lo cual sucede entre los doce y los dieciocho meses.
Casi todo el mundo está de acuerdo en que a los bebés debe apartárselos del biberón si ya han cumplido un año. No es tarea sencilla, pero tampoco se tornará más fácil a medida que el niño se aproxime a los "terribles dos años".
Por lo tanto, en caso de ser necesario habrá que consultar al pediatra sobre la mejor forma de que esta separación sea una experiencia menos desagradable para el bebé y para sus padres. Un método corriente consiste en darle en el biberón algún líquido que a él no le guste tanto, por ejemplo el agua, y exigirle que todos los demás líquidos (la leche, los jugos, etc.) los tome de una taza.
Tras una semana de instaurar este método, se le limitará el biberón de agua al momento en que se va a dormir la siesta o cuando se va a acostar de noche, también por una semana. La tercera semana sólo podrá tomar el biberón de agua al acostarse de noche. A partir de ese momento se le interrumpirá por completo el uso del biberón, y se lo guardará fuera de su alcance, se lo regalará o se lo tirará al canasto de la basura.
Una vez que el niño deja de tomar el pecho o el biberón, pero nunca antes de los doce meses, la mayoría de los pediatras aconsejan empezar a darle leche de vaca hasta que llegue a los quince meses.
Afirman que de este modo se asegura que su dieta cuente con grasas suficientes para el desarrollo normal del sistema nervioso. Pasados los quince meses, hay dos teorías: algunos recomiendan empezar a darle en ese momento un 2% de leche, en tanto que otros dicen que es mejor esperar para ello a que cumpla dos años.
Estudios recientes indican que hay una correlación entre la ingesta de leche de vaca antes de los doce meses de edad y el desarrollo posterior de una diabetes. En todo caso, conviene pedir la opinión del pediatra que trata al niño.
Los juguetes apropiados para este período incluyen toda suerte de materiales apilables, como un huso redondeado sobre el cual se puedan colocar aros o anillos de distintos tamaños graduados, clasificadores de figuras, grandes recipientes irrompibles que puedan contener cubos y otros objetos, cualquier instrumento "musical" (como el creado con una budinera y una cuchara de madera), juguetes flotantes que puedan colocarse en la bañera del niño para que éste practique su prensión agarrándolos, crayones (lápices de cera) de gran tamaño y hojas de papel sobre las cuales hacer garabatos, juguetes "sorpresa" o "cajas para manualidades" con picaportes, bisagras, etc., teléfono de juguete y otros elementos para juegos imaginativos, grandes bloques o cubos de madera o plástico, juguetes para empujar y tirar, pelotas, tubos de cartón, recipientes de cartón vacíos para huevos, etc.
La cantidad de juegos que pueden practicarse con un niño de esta edad es casi interminable. Se le puede leer muchos libros con ilustraciones de gran tamaño. Con una gran caja de cartón se puede hacer un túnel y estimularlo a que pase por él arrastrándose.
En el parque puede lanzarse por primera vez por el tobogán para ser recibido por la madre en su regazo. Puede enseñársele a encontrar juguetes escondidos utilizando para ello distintos animalitos de juguete que hagan ruidos particulares (primero se esconderá el juguete debajo de algún mueble u objeto, luego se lo hará emitir el ruido correspondiente, y a continuación se le pedirá al niño que lo encuentre). Si se oye ladrar a un perro o pasa un avión, se le hará reparar en esos ruidos, imitándolos y designándolos por su nombre (ladrido, zumbido, etc.) para que lo aprenda.
Puede enseñársele a saludar con la mano para recibir a alguien o despedirse, a dar un abrazo y un beso. Preguntándole "¿Dónde está...?" puede enseñársele los nombres de las distintas partes del cuerpo ("¿Dónde está la nariz de mamá?"), así como los sonidos peculiares de diversos animales ("¿Cómo hace el pato?", "¿Cómo hace la rana?", etc.).
Sentado el adulto en el suelo frente a él, ambos con las piernas abiertas y estiradas, intenten hacer rodar una pelota. (¡No deje de aplaudirlo cuando aprende algo nuevo, o cuando domina mejor alguna tarea o habilidad!) Por último, están los antiguos juegos infantiles, como el "Veo veo", el juego de la arañita, el del chanchito, "Pisa pisuela" y otros.